A medida que miro hacia atrás en mi vida no quiero recordar las cosas tal y como pasaron; prefiero recordarlas de un modo artístico. Y sinceramente, la mentira es mucho más honesta por el simple hecho de haberla inventado yo. La psicología nos dice que los recuerdos no son como los átomos y las partículas de la física cuántica, los recuerdos pueden perderse para siempre. Por descontado, no podría estar más en contra. Es cierto que la psicología nos dice como se comporta el cerebro en determinadas situaciones, dentro de una regla, por supuesto, pero lo que pasó aquél día en Burlete no cumple las reglas básicas del saber humano. Tanto es así que un grupo de investigadores y científicos siguen investigando lo que pasó aquella tarde hace ya dos meses. Del mismo modo la psicología nos dice que el cerebro tiende a almacenar los eventos con una cierta distorsión, de este modo, cada vez que se recuerdan y se vuelven a almacenar sufren una distorsión mayor. Aquí he de darles la razón, salvo que en mi caso, todo parece artístico. Como si yo fuese Picasso con mi paleta y pincel y mis recuerdos fuesen un cuadro sin acabar. Mi deber como artista es rellenar esos huecos y hacer de ese cuadro inacabado una obra de arte independientemente de cuán trágica sea.
Si esto
fuera Apocalipsis y yo tuviera una facilidad magistral para narrar
asesinatos como Stephen King, podría contar lo que acaeció aquel en el
que por aquel entonces era mi hogar en un auténtico tono de suspense. Y
el lector se moriría de ganas de escuchar el resto. Pero a diferencia de
los hechos narrados en Apocalipsis, mis hechos son auténticos y
verídicos. Además no soy un escritor conocido y nunca lo seré por lo que
lo haré a mi manera, pero sobre todo contaré la verdad, porque de eso
es de lo que se trata la ardua tarea de la narración, de contar la
verdad. Ya lo dijo Miguel de Cervantes «La honestidad es la mejor
política». Prometo hacerlo. Prometo contar la verdad, y si no lo he
hecho antes ha sido porque no era el momento adecuado, no es que ahora
lo sea. Pero es ahora nunca.
“Necesitamos ayuda. Sentenció el poeta”
Edward Dorn.
I
Hacía más
calor que en las calderas del infierno aquella tarde, lo cual es
irónico, porque horas más tarde lo serían. Me encontraba en mi casa
enfrente del aire acondicionado y haciendo una serie de cálculos para un
proyecto de los que por entonces hacía. Soy —más bien era— arquitecto.
Estaba desquiciado porque había alguna medida que no me encajaba, no
sabía si se debía a un error de medición o si se debía a que los planos
estaban mal confeccionados. No sé si fue una suerte o una desgracia que
en ese momento necesitase ir a por un lápiz 2H a la tienda. De un modo u
otro me puse las chanclas y las gafas de sol y emprendí rumbo a la
tienda. Como en esas fechas solía suceder, al salir de casa una oleada
de calor me abofeteó en la cara. La tienda estaba relativamente cerca
por lo que me pareció de un vago tremendo el coger el coche para ir a
por un simple lápiz. «Tienes que hacer más deporte hijo, te vas a poner
como un ceporro». La voz de mi padre resonó en mi cabeza, pero algo que
él no sabía ni supo era que los consumidores habituales de marihuana
perdían peso sin hacer ejercicio. Me las arreglé para llegar a salvo a
la tienda y compré el lápiz de la discordia. Si oí algo extraño no le
presté atención. Ya que estaba en la calle decidí ir a por tabaco al
estanco que pillaba a cuatro pasos. El estanco estaba en una de las
calles que daba a la plaza. Esta última era bastante grande, tenía todo
lo que las plazas populares tienen, fuente, bancos, ayuntamiento,
iglesia, campanario, en resumidas cuentas, todo lo que cabe esperar
encontrar en la plaza de un pueblo. Al llegar a la plaza comprobé que
había una gran muchedumbre reunida a los pies de un escenario situado
enfrente del estanco. Encima del escenario se encontraba el pomposo
alcalde Tray Lertes dando uno de sus soporíferos discursos. Su papada
parecía un compartimento en el que guardar cartera, llaves y algo de
comida. Solo entonces recordé que aquel día era la paparruchada del día
de los fundadores. Era una festividad típica que se hacía en Burlete
para rendir culto a los padres fundadores del pueblo. No es que me
pareciese mal, pero las seis de la tarde de un quince de julio no era el
momento adecuado. Pero no me importó, podían rendir culto a quien les
diese la gana del mismo modo que después planeaban meterse a misa a
rezar a un Dios que no escucharía sus plegarias.
Según el
informe oficial de hechos el primer ataque se produjo a las 6:10h a las
entradas del pueblo. Una pareja de jóvenes intentaban salir de Burlete y
fueron atacados. ¿Por quién? La pregunta no era por quién, sino por
qué. Ninguno de los dos vivieron para contarlo, pero según la
investigación que se realizó después declaró que eso colisionó con el
coche desplazando la parte delantera del coche hacia dentro como si
fuese mantequilla y aplastando a sus dueños. Se cree que murieron sin
dolor, pero imagino que su último pensamiento debió de ser: «¿Qué
demonios…?». Después se cree que eso se introdujo en diversas casas
arrasando con lo que dentro de ellas había, incluidos sus dueños, de
forma arbitraria hasta llegar a la plaza a las 6:13h, hora en la que yo
salía del estanco.
“La carretera al infierno esta pavimentada de buenas intenciones”
Anónimo.
II
Nuestra
percepción se puede ver alterada por diversos factores. Uno de estos
factores puede ser el aburrimiento, que se lo pregunten a cualquiera que
haya sido estudiante… Pero el que me atañe es el factor horror. Cuando
algo espantoso sucede el tiempo parece pararse. Es algo lógico, puesto
que algunos científicos afirman que el tiempo no existe, sino que lo que
lo crea es nuestra consciencia sobre él, de que los eventos transcurren
de forma ordenada y no simultánea. De modo que si alguien me hubiese
preguntado cuánto tiempo transcurrió posiblemente hubiese respondido que
veinte minutos cuando en verdad la matanza transcurrió en
aproximadamente tres minutos.
Me
acerqué al escenario a atender al discurso que el alcalde estaba
pronunciando, no porque me interesase sino porque no tenía ganas de
volver a los endemoniados y errados planos. Era muy habitual en mí
acabar tirando a la basura proyectos en los que había estado trabajando
semanas solo porque no encontraba el error. Una vez empecé a prestar
atención al alcalde todo empezó a suceder. Me sentí como el detonador de
la catástrofe, término usado por el Inspector Snell para nombrar lo que
en verdad fue un baño de sangre. Pude sentir que algo iba mal antes de
que nada sucediese, unos segundos antes, ninguna eternidad. No lo
atribuyo a ninguna percepción extrasensorial/paranormal ya que nunca he
sido una persona intuitiva. Sentí que algo iba mal cuando oí aquel
pitido. Puede sonar tonto pero era un pitido salido de las profundidades
del averno. Me puso los pelos de punta y me provocó una nausea que tuve
que reprimir. Unos segundos después apareció. Mi corazón se desbocó,
creo que nunca le he sentido latir tan fuerte. Todos tardamos en
reaccionar y creo que en parte se debió a que nuestro hemisferio
izquierdo, el cual se encarga de procesar la información de forma
racional no pudo categorizar el fenómeno que estaba aconteciendo. Sin
embargo, el lado derecho supo instantáneamente que estaba sucediendo.
¡Demonio!, gritó la parte derecha. Vuelve a mirar, es completamente
imposible, sentenció el lado izquierdo. Y este fue el quid de la cuestión
durante unos segundos. Nadie se explicaba que era aquella figura de
forma cambiante que fluctuaba sobre el alcalde. A pesar de no tener
forma definida se podían distinguir dos puntos rojos que representaban
sus ojos. Era la peor pesadilla de los niños cuando estos se iban a
dormir sin haber mirado debajo de la cama. El peor de los sueños de un
adolescente que vuelve a casa tarde caminando solo por la calle. La peor
de las ilusiones de un loco. Era el mal en estado puro. Algunos autores
suelen decir que no existe el mal sino que es una falta de amor, lo
cual implica que no existe sentimiento negativo sino ausencia de
sentimiento positivo. Esto a su vez implicaría que no hay entes
malignos, sino entes que viven en un completo estado de ausencia de
bondad. No lo creo así. Para mí solo hay entes malignos, entes menos
perversos y entes cuya maldad está oculta bajo una sonrisa bondadosa. Al
igual que sucede con los seres sobrenaturales sucede con las personas.
Hay personas malas, personas menos malas y personas que aparentan ser
santos. El ejemplo más claro está en el alcalde Tray Lertes. Aparentaba
ser un buen hombre de intenciones puras. Lo que poca gente sabía es que
acostumbraba a pegar a su difunta esposa en la época en la que cinco
copas no eran su límite.
Algunas
personas justificarían que la redención de sus actos pasados fue la
muerte a manos de aquel ser. Pero desde mi punto de vista nadie de los
que estaban allí presentes merecían una muerte tan horrible. El demonio
que fluctuaba sobre la cabeza del alcalde se introdujo en él, unos
segundos después Tray estaba jadeando, el demonio le estaba asfixiando
desde el interior. Después cayó muerto arrasando a su paso el equipo de
sonido. Aterrizó en el suelo. El micrófono seguía colgando de su mano.
El demonio salió de su cuerpo con una forma más espeluznante de la que
tenía cuando entró en el alcalde. Pareció haberse alimentado de él.
“Dear Brutus, the fault is not in our stars, but in ourselves.”
“Querido Brutus, la culpa no es de las estrellas sino nuestra”
William Shakespeare, Julius Caesar
III
Pero el
alcalde no fue la última víctima; eso sí, su muerte fue la más limpia. A
su muerte le siguieron una serie de asesinatos que más que asesinatos
merecerían llamarse actos carniceros, despiece. El ente fluctuaba de una
manera aparentemente inofensiva de un lugar a otro, salvo que no era
inofensivo, donde ponía su ojo se sembraba la destrucción. Vi morir al
menos a doce conocidos y a otros tres desconocidos aunque por supuesto
hubo muchos más muertos. Pero eso no fue lo peor. Por supuesto que no.
Lo peor fue cuando eso me miró, directamente a los ojos. Ahí fue cuando
el tiempo pareció convertirse en una eternidad. Era como mirar
directamente al infierno, casi podía ver almas consumiéndose en el fuego
eterno mientras pedían auxilio. Oh auxilio. Eso era lo que yo
necesitaba. El pitido, que no había cesado desde que eso hizo acto de
presencia, se volvió aún mas intenso, lo cual provocó que la parte más
esencial de mi ser se removiese; sentí mi cuerpo removerse, cada átomo
vibraba del mismo modo que lo hacen dos imanes cuando son juntados por
sus polos positivos. Todo el mundo corría despavorido de un lado a otro,
unos huyeron, otros murieron en el intento y otros seguían rebotando de
un lado a otro. Pero yo no me moví ni un centímetro, en parte porque la
situación me fascinaba, aunque no de un modo positivo, y en parte
porque no sabía qué hacer; no sabía qué sería mejor, si quedarme quieto o
echar a correr. A medida que avanzaba hacia mí el pitido era más fuerte
y la sensación de vibración mucho mayor. Pareció avanzar hacia mí
eternamente, pensé que pasaría así el resto de mi vida, viéndolo
acercarse con intención de despiezarme pero que nunca llegaría el
momento.. Always and forever. Pero lo haría, eventualmente. Suelen decir
que cuando estás a punto de morir ves la vida pasar delante de tus
ojos. No en mi caso. Solo pude ver aquellos ojos endemoniados. Ya lo
dijo Nietzsche: «Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo
también mira dentro de ti». Y eso es lo que estaba haciendo aquella
criatura salida de lo más hondo de la tierra. Escrutar mi ser y ver si
valía la pena, si se alimentaría lo suficiente de mí. Cuando estaba a
punto de acabar conmigo algo capto su atención y se alejó de mí sin
tocarme un pelo. Solo vi como esa sombra me esquivaba, sentí como el
pitido disminuía sin llegar a desaparecer. ¿Qué siente un conejo cuando
la sombra del águila le sobrevuela con las alas desplegadas y no se
detiene? ¿Qué experimenta un ratón cuando el gato que ha estado
esperando pacientemente delante de la madriguera durante todo el día
desiste de su captura? Quizás nada. O quizás lo mismo que sentí yo. Una
sensación de alivio que no tiene palabras para ser descrita. Como si
después de haber andado por el desierto con un lastre de cien kilos a la
espalda éste se evaporase y la arena se tornase en agua de playa. Un
alivio que vale más que un ticket de lotería premiado.
Pero el
alivio no duró mucho. Unos segundos después oí aquel grito desgarrador.
La cosa me había permitido vivir solo porque había encontrado una presa
más jugosa. Dina Brid de treinta y dos años, embarazada de siete meses.
Sus últimas palabras fueron: «Hijo mío lo siento», después emitió unos
sollozos y murió desangrada, no voy a entrar en más detalles, porque
solo harían que este relato fuese aún más escabroso. Al fin y al cabo el
daño está hecho y la imagen está grabada en mi mente a fuego, no se
irá, nunca. El terror se apoderó de mí. Yo debía haber muerto y no ella.
Yo había vivido, ese niño no. No era justo. Mas no pareció importar,
nada de lo que sucedió aquel día fue justo.
Corrí lo
más rápido que pude hasta que mis fuerzas se agotaron unos metros antes
de llegar a casa. Me senté en la acera y vomité. Cuando me recompuse me
metí en casa. Nunca he sido lo que se diría un tipo llorón, pero aquel
día lloré durante un buen rato. Las imágenes volvían a mi cabeza una y
otra vez, sobre todo aquel grito, Dina yaciendo en el suelo y el brazo
con el que me tropecé en mi huida. Entonces me alegré de no tener
familia viviendo en aquel pueblo, todos se fueron a la ciudad, excepto
yo que me quedé con la casa. Me gustaba el pueblo, era más tranquilo que
la ciudad. Pero a partir de aquel día mis gustos cambiaron. Aquella
misma tarde empaqué todas las cosas, unas las dejé en casa y otras las
traje conmigo a este cochambroso motel en el que llevo viviendo
sobreviviendo dos meses.
Dormí
durante dos días seguidos. Puede parecer imposible, pero con un par de
Valium todo es posible amigo. Cuando me desperté en la mañana del 17 de
julio quise saber todos los detalles. Bajé a la calle vestido de mala
manera y me hice con un par de periódicos. Los dos contenían una
narración de los hechos, aunque en la versión del periódico el presunto
autor de los hechos era un grupo radical en lugar de un ente
sobrenatural. Por supuesto eso no salió a la luz ni lo hará hasta que se
encuentre una explicación científica y racional de los hechos, es
decir, nunca. Leí los dos artículos y me di una ducha. Cuando al salir
del baño al salón confundí los dos pilotos rojos de la televisión
apagada con aquellos dos ojos de nuevo mirándome supe que nunca lo
superaría, que acabaría conmigo.
“Es inhumano bendecir cuando nos han maldecido.”
Friedrich Wilhelm Nietzsche.
IV
A Burlete
se le fue la vida. Primero en aquella matanza y después en las semanas
posteriores. Se realizó un funeral homenaje a las víctimas a los dos
días y para el quinto día solo quedaban veinte personas en Burlete. La
gente se largó de allí del mismo modo que lo hice yo. Muertos de miedo y
en busca de un olvido que nunca conseguirían. Las veinte personas
restantes aún siguen viviendo allí y supongo que lo harán hasta el fin
de sus días. Pero yo no voy a volver. He dejado muchas cosas allí y allí
seguirán, a donde voy no las necesito. Tengo todo lo que necesito
encima de esta mesa. El sobre con mi testamento, dinero para mi funeral,
un revolver y una botella de whisky a la mitad.
No puedo
vivir en un mundo así. Es un mundo malo, despiadado, habitado por maldad
y egoísmo. Y lo peor creo que no es eso, sino el hecho de haberme dado
cuenta de que las cosas malas no pasan en la oscuridad de la noche, sino
en la claridad del día, cuando se supone que todos estamos seguros. No
hay sitio para mí en un mundo así. Han pasado dos meses y sigo viendo
esas imágenes con la misma claridad que la primera vez que las vi. No
puedo vivir con esta carga. No lo voy a superar. Perdonad mi acto
egoísta, pero es la única alternativa que me queda. Quiero vivir, no
sobrevivir y sé que no lo voy a conseguir por lo que es mi única opción.
Una última cosa, no quiero un funeral por la iglesia, solo conseguiría
que me removiese en mi tumba. Quiero ser incinerado y que mis cenizas
sean esparcidas por algún lugar paradisiaco para poder descansar en paz.
Pero sobre todo mantened mis restos alejados de Burlete, es todo lo que
pido. Es hora de hacerlo, ahora o nunca. La pistola está cargada tan
pronto como suelte este lápiz me dispararé con ella.
Muero en pleno uso de mis facultades mentales.
Harold Gate. 22/11/80 – 15/09/2012
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