8 de abril de 2013

ALGO PARA RECORDAR

© Oscar Malvicio 
Relato con contenido erótico

 Cuando fuimos a buscar a David, estaba todavía en la ducha. Le esperamos, fuera de su casa hasta que salió, José y yo. A David siempre le esperábamos fuera, su padre era muy serio y su madre hacía muchas preguntas. Era viernes, nuestro día favorito de la semana, los sábados eran para los que trabajaban, para los mayores, y nosotros íbamos al instituto y, encima, estábamos de vacaciones, era verano; verano de 1991. Todos éramos del pueblo menos David, que era de Madrid, bueno, vivía en Madrid, pero sus padres eran de aquí, así que supongo que él también. Cuando salió David de casa enfilamos el camino hacia la calle mayor, nos quedaba ir a buscar a Fran. Sacamos el paquete de Chester comunitario y todos encendimos un cigarro por el camino. Cuando íbamos por las calles por donde pasaba demasiada gente, cogíamos el cigarro entre el pulgar y el índice, con el capullo hacia atrás, tapándolo totalmente con la mano para que no se notara. Éramos tan expertos que incluso podíamos meternos la mano en el bolsillo con el cigarro así cogido y hablar con la gente, sin quemarnos, solo el tiempo justo para que no se dieran cuenta, y luego largarnos.

   Por la tarde, después de comer, habíamos ido a “La cueva del Ermitaño”, en las afueras del pueblo, en la sierra. Solíamos ir allí todos los días, a escalar por sus alrededores, a investigar por dentro de la cueva, y a coger espárragos o caracoles para venderlos en los bares. Íbamos con litronas y tabaco, y a veces hasta con una botella de whisky y un radiocasete.
   Así que, poco a poco, hablando de todo aquello, bromeando y fumando, llegamos a casa de Fran. Sus padres no estaban, estaba su hermana Inma, la mayor, la de 22 años, estaba con 2 amigas Paqui y María. Fran se estaba acabando de duchar, eran las 21:00h, nos sentamos en el salón a esperar. Inma hacía poco que se había duchado, tenía el pelo húmedo y estaba descalza sentada en una silla, con una gran toalla cubriéndola desde las rodillas hasta los hombros, hasta las axilas, mejor dicho, y una de las amigas, María, se lo peinaba, le peinaba el pelo; daba la impresión de que se lo había cortado antes, aunque si fue así ya lo habían barrido. Fran tardaba, la otra amiga estaba sentada en otra silla leyendo una revista y todos la mirábamos disimuladamente, dándonos codazos y haciéndonos señas con los ojos y la boca. Paqui estaba tremenda, yo nunca había visto un milagro parecido, bueno sí, en la tele. Fran salió, le dijimos que no había prisa, que fuera a peinarse otra vez, o a cambiarse de ropa, que estaba ridículo, se lo creyó. Inma nos dijo que ellas no iban a salir, pero que Paqui si quería, que la lleváramos con nosotros. Nadie se opuso.
   Paqui llevaba un vestido blanco con flores verdes estampadas y zapatos blancos de tacón alto de esos que llevan esas tiras tipo sandalia al llegar a la punta, y que asoman los dedos. Sus dedos asomaban por aquellos finos balcones de cuero barato enseñando el rojo intenso de sus uñas, perfectamente cortadas. Morena, un metro setenta y cinco, ojos negros y melena del mismo color. Tenía un culazo de puta madre y sus pechos eran pequeños, pero le realzaban la figura en su punto exacto. Era un nenúfar en medio de cuatro calabacines, la verdad. Íbamos hablando con ella en dirección a la discoteca, era una chica agradable y tímida, pero estaba a salvo con nosotros, teníamos dieciséis años y solo queríamos beber y correr aventuras de la hostia, soñar, dábamos de lado al amor y viceversa, aunque el sexo era bienvenido en el caso de que llegase…Teníamos toda la vida por delante para jodérnosla nosotros mismos con matrimonios y curros de mala muerte, había que aprovechar los frutos de la corta juventud, antes de que fuera demasiado tarde. Nos contó que era de Málaga, tenía vintitres años y tres hijas y su marido estaba en la cárcel, no recuerdo el porqué, ni falta que hace. Mucho espacio recorrido en poco tiempo, aparte de estilo, tenía escuela, la cabrona, menuda bomba de relojería, Paqui…
   Entramos a la discoteca y bajamos las escaleras hasta la pista de baile, la bordeamos y seguimos hasta la barra. Pedimos nuestros pelotazos y a Paqui la invitamos a un Martini blanco. Nos fuimos a los sillones de la pista y nos dejamos caer allí, esperando a que aquello se llenara. Era la época de Juan Luis Guerra y los Celtas Cortos, Vanilla Ice, MC Hammer,  Flojos de pantalón, Gun’s and Roses, los restos de la movida y otras horteradas. Era esa época, en los pueblos de Andalucía al menos, donde las modas aparecían cuando estaban a punto de pasarse.
   Cuando la pista estaba llena y llevábamos unos cubatas, Paqui me sacó a bailar el puto “Café en el campo”, con Juanlu Guerra. Toda la pista nos miraba, Paqui se había empalmado cuatro Martinis y se había puesto melosa. Me magreaba todo el cuerpo arriba y abajo y yo no sabía ni como coño se bailaba aquella mierda, se colgaba de mí como una serpiente lasciva y borracha, pensé que estaba chalada. Intentaron arrebatármela varias veces, no digo mis colegas sino otros babosos salidos, pero sin lograrlo, Paqui se zafaba con elegancia de todos, mientras yo les miraba con mis ojos entornados de triunfo.
   Después de un par de bailes me cogió la mano y me sacó a la calle, mis amigos salieron detrás, y media pista de baile también. Yo estaba avergonzado pero los cubatas me mantenían en órbita, y en guardia. Nos sentamos en un bordillo a diez metros de la puerta del bar. Paqui comenzó a besarme tiernamente y yo la correspondí. Yo era virgen pero sabía besar de puta madre, besos a mí…jajá. Me empalmé. Los babosos y los imbéciles comenzaron a arrimarse, a cercarnos, mis colegas nos quitaron de encima a unos cuantos, pero había un payaso que no hacía más que acosarla, sugiriéndola que me mandara a tomar por culo, que se fuera con él, que él valía más; ya sabes, los chulos  paletos de los pueblos. Por lo visto habíamos formado una buena, Paqui y yo, bueno, ella, que no era de allí. En los pueblos de España todavía tratan a los visitantes como si fueran extraterrestres, algunos se te quedan mirando extrañados, sorprendidos, embobados, y otros te clavan esa mirada de marcar el territorio tan graciosa. El tío siguió incordiándola, a mí me daba igual, aunque no me parecía muy bien que lo hiciera delante de mí, recién empalmado, encima. Estaba marcando su territorio. De repente, Paqui le dijo al moscardón que se acercara, follones, le llamaban, él se agachó en su dirección, debió creer que iba a besarle, Paqui le cogió por el escote y le vació medio vaso de Martini dentro, no le dio tiempo a vaciar el vaso. El tío pegó un salto del demonio hacia atrás y empezó a echar dioses ante las risas de todos, incluida la mía, claro. Le dije que si tenía bastante, y el pollo se largó con el resto de mirones de vuelta al bar, mis amigos entraron también.
   Nos quedamos solos, por fin. Paqui me rodeó con sus brazos morenos llenos de pulseras y comenzó a devorarme otra vez, (esa canción también sonaba por aquella época). Me metía mano por encima de los pantalones, por debajo de la camisa, me mordía el cuello. Al cabo de un rato me levantó de un tironazo del brazo y me dijo que nos fuéramos al arroyo que fluía por detrás de aquella calle. El arroyo era famoso porque todo el mundo se iba a follar allí, o a drogarse. Así que nos encaminamos hacia allí cogidos de la mano y a paso ligero. La polla iba a estallarme. Aquella calle formaba una intersección con otras dos y desembocaba en un camino que cruzaba por encima del arroyo, nos metimos a la izquierda, a la espalda de la discoteca, estaba oscuro y teníamos música de fondo. Cuando quise darme cuenta estaba sin camisa y empotrando a Paqui contra la pared, le subí el vestido y ella sola se bajó las bragas y me bajo a mí los pantalones mientras nos besábamos entre la zozobra de la pasión. Ella me guiaba, yo no sabía muy bien que debía hacer, aunque había visto muchas pelis. Ella me guiaba, me sacó la polla y la enfiló hasta introducírsela, una maestra, yo acometía lentamente, torpemente, atolondrado y estúpido, no sabía muy bien qué coño era todo aquello, creo que lloré. Un éxtasis aterciopelado empezó a cubrirme, mientras ella gemía borracha sobre los oídos de mi alma, no me caí hacia atrás porque sabía que el arroyo estaba debajo. Comencé a empujar con más fuerza y compás, ella elevaba el resuello, lamiéndome el cuello y la cara, habíamos pillado el ritmo, aceleré y aceleré y aceleré mi inocente ritmo con sus piernas amarradas a mi cintura, notando cómo algo líquido bajaba por la parte de dentro de mis piernas e imaginándome lo que era, hasta que me derramé dentro ella a la vez que su último gemido se perdía con el ultimo gemido mío, entre el aroma de los naranjos que bordeaban el arroyo y los chasquidos del agua.
   Estuvimos un buen rato más abrazados en aquella oscuridad tibia y extraña, escuchando nuestros últimos resuellos mezclados con el lejano rumor de la música de la discoteca. Paqui se apeó y recogió sus bragas y el bolso, las metió dentro y se colocó el vestido mientras yo me subía los calzoncillos y los pantalones y me ponía la camisa llena de barro. Luego caminamos hasta la luz de la primera farola de la calle, que era la última, se pegó a mí cogiéndome la nuca y me dio un largo beso que deseé que nunca acabara. Me dijo adiós mientras subía la cuesta de una de aquellas calles, la que iba a la casa de Fran. Me quedé allí un rato bajo la luz de aquella última farola, en la esquina de la calle, mirando aquel meneo salvaje de caderas, aquella furia bajada del cielo, y esperando a que se diera la vuelta, hasta que desapareció en la noche.
 
Todos los derechos reservados. Queda prohibida, según las leyes establecidas en esta materia, la reproducción total o parcial de este relato, en cualquiera de sus formas, gráfica o audiovisual, sin el permiso previo y por escrito de los propietarios del copyright.

No hay comentarios:

Publicar un comentario