25 de febrero de 2013

EL CASTIGO

Advertencia: este relato puede herir la sensibilidad de algunos lectores
© Diego Ruiz Martínez

      ¿Cómo puedo ser tan estúpida?, ¿cómo puedo ser tan torpe?, ¿por qué Dios no me hizo más lista?, estas y otras preguntas no paraban de resonar por mi cabeza mientras lloraba desconsoladamente. Sentada en el sofá temblando de miedo, esperaba que mi marido llegara del trabajo, ¿qué le diría a mi marido?, ¿cómo le explicaría lo ocurrido?
       —Dios mío ayudame, dame fuerzas para poder mirar a mi marido a los ojos sin sentir vergüenza —dije en voz alta, alzando la vista hacia el techo.
       Ese era mi sentimiento, sentía mucha vergüenza; vergüenza por no hacer lo correcto, por fallarle a mi marido, por no servirle como se merecía.
       Día tras día le fallaba, era lógico su enfado, sus gritos, sus golpes, yo era merecedora de ellos, yo y solo yo era culpable; yo y solo yo.
     Respiré ondo, cogi fuerzas y me levanté del sofá, tenía que hacer algo para que mi delito  fuera perdonado, merecía un gran castigo, no una reprimenda como solía hacer mi querido marido cada día insultándome y golpeándome con su cinturón, no eso ya no era suficiente merecía algo más.
       Creí saber qué hacer, creí haber encontrado mi merecido castigo; un castigo que a mi marido hiciera feliz, que se diera cuenta que yo le quería tanto que me impondría una pena ejemplar, que se sintiera orgulloso de mi por haber sabido purgar mis pecados.
       —Cuando llegues cariño te sentirás tan orgullosa de mí, estoy segura de que será así, por fin te demostraré que valgo para algo, que no soy tan tonta y estúpida, por fin te haré feliz —dije mirando una foto de mi marido.
       Acto seguido salí al balcón y sin pensármelo dos veces me lancé al vacío, el grave delito había sido purgado con mi muerte, era mi merecido por haber olvidado comprar las cervezas que tan feliz hacían a mi marido.

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