15 de enero de 2013

CARTA DE SUICIDIO

© Mar Vinat
La agente de la policía científica entró en la habitación, donde ya se encontraba uno de sus compañeros. En la cama estaban los cuerpos de una mujer que rondaría los cuarenta abrazada a un bebé que seguramente no tendría dos años. Parecían dormidos.
―Creo que está bastante claro que es un suicidio ―dijo el agente―. Un vecino alertó sobre un fuerte olor a gas, los bomberos han encontrado esas dos bombonas de butano de ahí con el regulador abierto y las gomas cortadas. Tanto la puerta como la ventana estaban cerradas y con toallas tapando cualquier posible rendija, además la mujer tenía en la mano lo que parece una carta de suicidio. En cuanto llegue el forense y lo confirme podremos irnos a comer ―dijo, tendiéndole la carta para que la viera.
Diana tomó el papel y se quedó mirando los cuerpos, pese a llevar años en el oficio la visión de niños sin vida no dejaba de producirle una inmensa pena. En este caso, ¿qué podía haber llevado a esa mujer a hacer algo semejante? Comenzó a leer:



A quien corresponda:
A nadie se tiene que acusar de mi muerte ni de la de mi hijo más que a mí misma. Me encontrarán en la cama, abrazada al ser que más amo en esta vida.
Siempre he tenido un don (una maldición en realidad): a veces tengo visiones y veo el futuro. He visto rostros desfigurados de jóvenes brutalmente asesinadas que días después han aparecido en los periódicos. Me he visto caminado entre escombros de casas derruidas por terremotos, entre cadáveres y desolación, semanas antes de que ocurrieran. Accidentes aéreos, barcos hundidos. Nunca he podido hacer nada para evitar esas desgracias, nunca he sabido quién cometía los crímenes o dónde sucedían los desastres ni los accidentes hasta que estos ya habían ocurrido.
Pero hace dos semanas tuve otra visión, esta vez no eran sucesos puntuales. Caminaba por un mundo destruido y arrasado por la muerte donde todos sus habitantes habían perecido, donde la raza humana se había extinguido. Supe que toda esa desolación será fruto de una mente superdotada y enferma, una mente que en apenas treinta años llegará donde nadie ha llegado antes en el ámbito científico. Esa mente enferma creerá haberse convertido en Dios y decidirá sobre la vida y la muerte de millones de personas. Podrá hacerlo. Tendrá el poder de destruir a la humanidad y lo utilizará.
Esta vez sí que vi su cara. Sí supe quién lo haría. Era el rostro de mi propio hijo el que me miraba, a través de la destrucción que él mismo había causado, sin un atisbo de remordimiento ni de culpa.
¿Qué otra opción me quedaba sino hacer lo que he hecho? Quien quiera que esté leyendo esta carta, piense: ¿qué haría si estuviera completamente seguro de que su hijo será el causante de la extinción de la raza humana? ¿Seguiría tranquilamente con su vida, como si nada, sabiendo que estaba en su mano evitarlo? Y sin embargo, ¿podría acabar con él viendo su hermosa cabecita asomar por encima de la barandilla de su cuna por las mañanas? ¿Viendo sus ojos todavía inocentes sonreír cuando le da un beso? ¿Notando la calidez de su cuerpecito cuando lo abraza? ¿Sería capaz incluso, no ya de matar a su propio hijo, sino a cualquier bebé de apenas quince meses aún sabiendo todo lo que yo sé? Y en caso de que fuera capaz de hacerlo, ¿podría seguir viviendo después?
Lo siento, no me queda otra opción. Que Dios me perdone.

―Está claro que era una desequilibrada ―dijo su compañero al ver que había terminado de leer―, ¿no te parece?
Diana volvió a mirar al lecho y se dio cuenta de una cosa: tenía ante sí el cuerpo de una persona cuyos valores morales le habían llevado a sacrificarse por ellos. Al margen de que fuera cierto o no, murió creyendo que inmolaba a su hijo y a sí misma por salvar a la raza humana. Quizá estuviera loca o tal vez no, eso no se sabría jamás, después de todo existen cosas que no somos capaces de comprender todavía. Se dio la vuelta para seguir a su compañero fuera de la habitación pero antes de llegar al umbral de la puerta, siguiendo un impulso tan repentino como intenso, giró la cabeza nuevamente hacia los cuerpos:
―Gracias ―murmuró en un susurro, escuchado únicamente por el aire vacío de vida que la rodeaba.

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