12 de agosto de 2012

POEMAS DE JAZZ


© Chabi Angulo

La noche caía sobre Zaragoza. Las calles estaban desiertas y el cielo encapotado.
Una leve brisa entraba desde el norte explorando cada esquina de la ciudad.
Tomás aceleraba el paso para encontrar algún lugar donde escribir sus poemas.
El hombre sabía que no podía estar mucho rato. Había toque de queda en toda la localidad aragonesa y no había muchos valientes como nuestro protagonista.
Consiguió divisar unas luces de color verde. Las bombillas estaban colgadas y chocaban con la pared del lugar. Parecía como si le avisaran de algún lugar interesante.
El hombre accionó el picaporte con sumo cuidado y consiguió abrir rápidamente la puerta a pesar del viento.
Unas escaleras conducían hacia abajo y se podía escuchar algo de música. Cerró la puerta con esmero y luchando contra el viento no hizo ruido alguno.
Bajó los peldaños mientras veía carteles de actuaciones que hubo en su fecha. Cuando llegó a la segunda puerta, hizo el mismo gesto que con la anterior y la música empezó a entrar en sus oídos.
Era un lugar pequeño, había una barra donde un camarero sacaba brillo a un vaso.
Una mujer estaba sentada en un taburete, en la barra. Removía con uno de sus dedos una piedra de hielo y ésta se hundía en su licor. Era una mujer hermosa, coqueta y no era a lo que estaba acostumbrado Tomás.
En una esquina había un pequeño escenario, donde estaban tres personajes tocando instrumentos musicales y lo curioso es que era Jazz. Estaba totalmente prohibido escuchar música extranjera y mucho menos bailarla. Había algunas parejas frente a la banda y bailaban. Otras estaban sentadas, flirteando, en las mesas.
Tomás se acercó a una mesa y con un gesto señaló al camarero. Sacó un lápiz y cogió varias servilletas. Comenzó a escribir poemas.
La mujer se acercó y le cogió una de las servilletas. Comenzó a sonreír y miró al camarero. La noche era joven y todos estaban disfrutando de una noche placentera.
De repente, la policía entró al local y la gente comenzó a gritar. Una mujer tropezó con sus tacones y se cayó al suelo. La banda de Jazz comenzó a gritar a la policía.
El poeta cogió su abrigo e inició su huida aprovechando la ocasión de que un grupo de personas subían las escaleras. Todo fue muy rápido así como pasó rápidamente el tiempo.
Pasaron muchos años y Tomás ya era un señor mayor. Había publicado un poemario, pero era un hombre amargado. Su mujer, la que conoció después de los hechos, había fallecido y él se encontraba solo. Casi estaba a punto de jubilarse y no hacía sino recordar la noche en el local. Jamás quiso pasar por el mismo callejón donde se encontraba el local por miedo aunque ganas no le faltaban. En parte, dejó algo de él en ese lugar. Dejó sus poemas y la libertad, pero decidió acercarse para ver en qué se había convertido el lugar.
Su sorpresa fue inmensa. Las luces seguían allí aunque ahora era un cartel luminoso y el local se llamaba Poemas de Jazz. Bajó muy emocionado, igual que esa noche y descubrió la misma música. En la barra estaba el camarero, aunque esta vez era más anciano. El colorido del local era diferente y la misma mujer acariciaba la mano del camarero. En su mano, había un anillo de casada. Se habían casado después de esa noche.
La orquesta de Jazz tocaba con la misma intensidad, pero uno de sus componentes era joven. Se paró la música y todo el mundo se giró hacia Tomás. El camarero fue el único que se acercó con una gran sonrisa.
—Este local es gracias a ti —señaló a la pared.
Los poemas que perdió esa noche colgaban en las paredes del local, bien enmarcados.

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