20 de agosto de 2012

PERSEGUIDA


© María del Carmen Encinas (Mallorca)

Me aferro a la pared deseando ser invisible, los jadeos cada vez están más cerca. Sé que tarde o temprano me descubrirá. Todo ha empezado al salir del cine, no había recorrido  ni veinte metros cuando me he sentido observada, giro la cabeza y veo a un tipo con una sudadera negra y la capucha sobre la cabeza, no he podido verle la cara, la esconde. Me hace gestos raros y camina hacía mí. Estaba tan asustada que he empezado a correr tan rápido como he podido, el miedo mueve mis piernas. A estas horas las calles están ya desiertas, nadie puede ayudarme. En mi loca huida me he metido en este callejón oscuro; yo, que siempre me he burlado cuando las protagonistas de películas de terror se esconden en callejones sin salida, ¡serán tontas! Ahora estoy yo aquí, esto es real.
Quiero formar parte del ladrillo, fundirme con el cemento; tal vez la oscuridad me esconda. Él quizá no repare en mí si me mantengo quieta y no respiro. Imposible sabe que estoy aquí, me encontrará y luego…, no quiero ni pensar.

Está frente a mí, puedo verle el rostro, es un chico joven no tiene más de treinta. Respira con dificultad. Me mira, dirige la mano hacia su bolsillo, seguramente va a sacar un arma. Cierro los ojos no quiero mirar, es el fin.
—Menos mal que te alcanzo —me dice entre jadeos y toses. Toma aire y prosigue—. Se te cayó el móvil en la butaca del cine… Chica cómo corres, casi me asfixio al intentar darte alcance, yo que no estoy acostumbrado a correr y que últimamente tengo el asma a tope, casi me muero en el intento.
¿He escuchado bien?, ¿sólo pretende devolverme el móvil?, no le creo, aún me tiemblan las piernas. Es una estratagema. Quiere que le mire mientras me mata. Aún así abro los ojos. En la mano lleva un aerosol de esos para el asma, se lo dirige a la boca y aspira profundamente, se lo vuelve a meter en el bolsillo y saca, efectivamente, mi móvil.
—Gracias —le digo indecisa, sigo sin confiar.
El chico se despide y se aleja, pero no ha andado mucho cuando se para y se gira. Yo tenía razón me va a matar. Contengo la respiración.
—¿No te da miedo andar sola por calles tan oscuras? —me pregunta—. A mi me da grima. Chica tienes valor, te admiro. Yo no aguanto más aquí, si no esta noche tendré pesadillas. Buenas noches —y se aleja.


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