18 de agosto de 2012

DESTINO BARCELONA


© Itsy Pozuelo

El despertador sonó, interrumpiendo el silencio en la habitación de Amanda. Ésta miró el despertador, achinando los ojos, para comprobar qué hora era . Su cansado cuerpo suplicaba poder dormir tres o cuatro horas más, pero el reloj marcaba las nueve de la mañana y debía levantarse. Una hora después partía su autobús hacía Barcelona, ciudad donde pasaría el próximo año. 
Había conseguido una beca donde estudiaría un máster de literatura y publicaría un libro con una famosa editorial y por esa parte se sentía feliz, pero separarse de su familia y amigos no le entusiasmaba demasiado. 
La noche anterior había dejado todo preparado, solo tenía que ducharse, vestirse y subirse en el coche de su padre, quien la llevaría a la estación en compañía de su hermana pequeña y su madre que llorarían sin cesar y empeorando la difícil situación. 

Cuando llegó a la estación cargó con la pesada maleta. Leyó en el billete “Cartagena-Barcelona” y suspiró. Alzó la vista hacía un reloj redondo, en teoría de color blanco, aunque de estar al aire libre tenía un color marrón. Cinco minutos y se subiría al autobús.
Se pellizcó en el brazo deseosa de saber si aquello era de verdad o solo sería un sueño. Pero no, era de verdad. Se iba a subir a ese autobús e iba a empezar una vida nueva, al menos durante un año. Un año que se le antojaría una eternidad.

Un enorme autobús en el que se podía ver claramente que era de la empresa Alsa aparcó delante de ella. En el costado se abrió la puerta del maletero, mostrando el interior donde los pasajeros pondrían sus equipajes. 
Amanda dejó su gran maleta en un lado, tumbada, y cogió la bolsa de mano que su madre le había preparado para ese largo viaje. 
No se había olvidado de nada. Llevaba agua, zumos, refrescos para beber y dulces, sandwichs y todo tipo de bolsas de patatas para comer. Para hacerlo más llevadero le metió su consola DS y el mp3 con sus canciones preferidas. 

Abrazó por última vez a su familia y se subió sentándose pegada a la ventana. Siempre que se subía en un coche o autobús se quedaba dormida y prefería dormir apoyada en la ventana que en el pasajero que le tocara de compañero. En alguna ocasión le había ocurrido y se había muerto de la vergüenza al comprobar las babas con las que había obsequiado a su compañero de viaje.

Pocos minutos después un joven se sentó a su lado. El autobús ya estaba completo y listo para marcharse. 

Arrancó y Amanda miró una vez más a su familia para despedirlos con la mano. 

―¿Esa es tú familia? ―preguntó el chico, mientras miraba por la ventaba como una mujer de unos 50 años lloraba y un hombre le pasaba por el brazo por encima para consolarla y cogía a una pequeña con la misma intención. 
Amanda asintió con lágrimas en los ojos. Quería preguntarle por su familia pero un nudo en la garganta se lo impedía. 

Y sin más dejó de verlos. Se secó las lágrimas de los ojos y abrió la bolsa de viaje para coger el mp3. Se  puso los auriculares y se apoyó en la ventana. 
Diez minutos después se había quedado profundamente dormida. 

Un golpecito en el hombro la despertó y miró aturdida sin entender qué ocurría. 
―Quería avisarte de que hemos parado ―tragó saliva antes continuar―. Por si quieres estirar las piernas. 
―Sí, claro ―sonrió, y se puso en pie―. Gracias ―dijo, mirando por encima de su hombro cuando se disponía a salir por la puerta. 
Había pasado dos horas durmiendo y dudaba que fuera capaz de volver a dormirse. 
Fue al baño y se lavó la cara para despejarse del todo, luego volvió al autobús.
―Hola, me llamo Amanda, siento no haberme presentado antes ―se presentó antes de pasar a su asiento. El chico había intentado ser amable con ella y ésta ni si quiera le había preguntado su nombre.
―No importa. Yo soy Simón. ¿Vas a Barcelona? ―preguntó para iniciar lo que esperaba que fuera una larga conversación. 
―Sí, he conseguido una beca para estudiar y publicar un libro ¿Y tú?
―Vivo en Barcelona, solo vine de visita.
―¿Alguna novia? ―con esa pregunta se aseguraría de no coquetear con alguien que tuviera pareja.  
―No, no. A mí padre que se mudó a Cartagena cuando se separó de mi madre. 
Amanda se sintió mal, no sabía si había metido la pata, aunque él no parecía afectado. 
El conductor preguntó si estaba todo el mundo, tenían que continuar el viaje. Algunos asientos estaban vacíos y decidió esperar cinco minutos más. 

Pasados los cinco minutos y con todos los asientos ocupados el autobús se puso en marcha.
―¿Y conoces a alguien? ―se interesó Simón.
―¿Cómo dices? ―Amanda se quitó los auriculares  del mp3.
―¡Qué si conoces a alguien en Barcelona! ―repitió.
―Bueno, he hablado un par de veces con la que será mi compañera de piso ―puso los ojos en blanco―. No sé si eso contará como conocer a alguien ―sonrió.
―Yo diría que no ―rió Simón. 
Amanda se encogió de hombros. Cogió su bolsa y la abrió mostrándosela a Simón.
―¿Qué tal si te invito a comer? ―le guiñó el ojo―. Así ya conoceré a alguien de Barcelona.

Simón aceptó la invitación cogiendo uno de los sandwichs de su bolsa. Se acomodaron en los reconfortantes sillones y hablaron; hablaron de todo aquello que se les pasaba por la cabeza. 
Una parada más les sirvió para ir al aseo y retomar la conversación con más ganas. Ambos se sentían como en casa, no se daban cuenta que estaban en un autobús lleno de gente. 
Amanda empezó a sentir menos miedo a medida que conocía a Simón. Él se había ofrecido a enseñarle Barcelona y presentarle a alguno de sus amigos.

Cuando llegaron el autobús abrió el maletero y todos fueron cogiendo sus maletas. 
―Bueno, llegó el momento ―suspiró Amanda.
―Ha sido un buen viaje, gracias por la conversación ―extendió un papel donde ponía su número de teléfono―. ¿Me llamarás?
―Por supuesto, tienes que enseñarme Barcelona.

Se acercó hasta él, le dio un beso en la mejilla y arrastró su maleta hasta el primer taxi que vio libre. 

Su nueva vida acababa de comenzar. Al menos sabía que con una buena amistad y un futuro prometedor. 
Miró por última vez el autobús que la había llevado hasta allí. Sabía que jamás olvidaría aquel día. 


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