© Mercedes Palmer
Es curioso como a veces los sueños y la realidad se unen en un engranaje perfecto y de pronto todo cobra sentido, se dispersa la niebla, florecen recuerdos olvidados y empiezas a comprender…
En mi caso, debo decir que los sueños fueron un nexo de unión con un pasado inconcluso, muy lejano, del que yo no era consciente. Eran unos sueños muy vividos que habían cobrado fuerza desde que me mudé al condado de York. Sueños que me acosaban noche tras noche, hasta el punto de condicionar mi vida y pensar que algo no funcionaba bien en mi cabeza.
Desde hacía un tiempo, cuando volvía a casa después del trabajo, sin darme cuenta me desviaba de mi camino habitual e invariablemente llegaba al mismo lugar; un paraje apartado y a todas luces abandonado. Un lago concentraba toda la belleza misteriosa de aquel lugar. Bordeándolo serpenteaba un camino que se habría tras una desvencijada verja que colgaba de sus goznes, y junto la misma una desgastada losa rezaba: “Darklake Manor 1880”. Más allá, al otro lado del lago, se divisaba una esplendida mansión victoriana del siglo XIX. Aquello no me hacía ninguna gracia, es más, estaba empezando a asustarme. La mansión me recordaba a la de mis sueños, pero había algo más… sentía la imperiosa necesidad de entrar, como si alguien me estuviera invitando, sin embargo, el miedo se imponía. Hay que tener en cuenta que yo no sabía cómo llegaba hasta allí, era un lapso en mi memoria y, como ya he dicho, creía estar sufriendo algún trastorno mental.