4 de febrero de 2012

EL CUENTA HISTORIAS


© Margarita Carro González

Marcos llevaba seis meses y un día sin inspiración, desde que vio pasar por la calle mayor, camino del cementerio, el catafalco con los restos de su amada Leonor. Desde aquel día su vida se había quedado vacía, era como si su alma se hubiese ido con su amada.
Todos los días salía del covachón que le servía de morada. Un lugar lúgubre, medio desconchado, sin ventilación, era su último refugió desde que no tenía inspiración.
Marcos era el segundón de una rica familia blasonada. El primero era el heredero, el segundo el destinado a la clerecía y, en este caso, no hubo más que cinco hermanas a las que hubo que dotar. Por lo que el peor parado fue Marcos, que sin comerlo ni beberlo se vio en el seminario de Astorga, donde aprendió a escribir y el significado de la palabra hambre en todas sus definiciones. Para evadirse de ella comenzó a divagar su mente en historietas en las que se imaginaba recorriendo otros mundos y desempeñando otros trabajos. Nunca sabremos si tales historias hubieran sido dignas de alabanza, pues nunca pasaron al papel.
En una pequeña excursión por la ciudad se topó con una mozuela muy resuelta, además de bella, de la que se quedó prendado. La moza se sonrojo a su mirada y, no tardando mucho, se perdió por los portales con su seminarista, robándose besos y algún roce, digno de un buen confesionario.
Marcos loco de amor por la joven colgó los hábitos y la familia, que no aceptaron que los fuera a condenar por no tener un clero que les rezase.
Se colocó en una taberna donde a parte de palos recibía unos maravedíes, con los que pensaba llevarse a su Leonor a compartir tan mísera vida. Lo que no sabía él es que Leonor, además de requebrar con él, también ponía oídos a un rico comerciante, que además de mucho dinero también poseía unos cuantos años más que ella.
Marcos se quedó sin su amor y la prometedora carrera clerical en apenas unos meses.
Quiso pasar por la taberna un escribano que necesitaba de un muchacho del que se ayudase para su oficio, y Marcos se ofreció para tal fin. Con el cambió ganó en calidad de vida. Le motivó para que a la afición de inventar historias se le uniera la de escribirlas; no tardando en interesar a un editor, que las publico mensualmente lo que le supuso unos maravedís extras. El público se aficionó a estas novelitas y las fue pidiendo con más asiduidad. Lo que le supuso tener que escribir una semanalmente. Nunca tuvo problemas en escribirlas, si estaba un poco falto de inspiración espiaba a su querida Leonor y la imaginación se aliaba con su pluma.
Llegó a tener una habitación en una posada, donde no le faltaba la buena comida, ni la cama limpia. Mas todo esto se marchó con su amada camino del cementerio. Todos los días iba hasta su fría losa, donde su inspiración se helaba cada día más. Pronto perdió todos los privilegios que tenía y fue a parar a esa humilde covacha, donde no veía la luz, igual que su mente.
Había comenzado a beber, quizás más de la cuenta. Un poco para olvidar y otro poco para calentarse. Todos los días se ponía enfrente de las cuartillas blancas y por la mañana seguían más blancas, si les descontamos los pringones de vino.
Aquel día había estado en el cementerio y una suave capa de nieve había cubierto la blanca piedra de mármol donde reposaba Leonor. Él intentó limpiarla, para que la nieve no borrase el nombre amado, mas cada vez los copos eran más grandes, al cabo de unas horas los enterradores lo habían sacado a rastras del cementerio y lo habían dejado en el poyete de entrada, medio muerto de frío. No supo cuanto tiempo estuvo allí, hasta que pasó por allí un pobre hombre, que se lastimó de él. Lo recogió y se lo llevó a su casa, donde le preparó un vino caliente con azúcar y lo cubrió con una manta. Allí estuvo un par de horas hasta que reaccionó y entró en calor, dándole las gracias se despidió del benefactor y se dirigió a su covacha.
Como todos los días, se sentó delante de las cuartillas blancas, donde estuvo un buen rato sin logar escribir un párrafo. Al día siguiente vio asombrado que dos de las cuartillas estaban llenas de una bonita caligrafía con una historia muy interesante. Él no recordaba nada de lo escrito, además la caligrafía estaba seguro que no era suya. Al día siguiente le pasó lo mismo, y así durante un mes. Intrigadísimo por el fenómeno tan raro que le estaba pasando decidió estar toda la noche en vela; y esa noche las cuartillas estaban vacías. Pensó que tal vez era sonámbulo, mas no estaba muy seguro del misterio.
La obra que sin saber cómo se estaba escribiendo era genial, una verdadera obra maestra. Todos los días la leía y releía con gran entusiasmo por ver sí, se acordaba de algo, pero había llegado a la conclusión, que tal vez él no fuese el autor. Cuando solo quedaba un capítulo para acabarse, en la última frase de la novela se despertó. Vio a un hada azul diminuta que usando su pluma escribía sin inquietarse. La sensación fue tan maravillosa al ver a aquel ser diminuto y tan bello, que sin querer se durmió profundamente. Al cabo de una semana los vecinos al no saber nada de Marcos inquietos abrieron su habitáculo y lo encontraron muerto reposando encima de la mesa, junto con un gran número de páginas escritas, atadas con una cinta de raso. Como ninguno de ellos sabía leer, no le dieron importancia al manuscrito.
Al día siguiente del entierro, el dueño hizo una almoneda con las escasas pertenencias de Marcos, con el fin de recuperar parte del dinero debido por el finado.
Pasó por allí un noble, al que le llamó la atención aquel manuscrito y se lo compró por un maravedí. Al llegar a casa, lo leyó y quedó prendado de la novela, se durmió pensando en que al día siguiente lo daría a conocer. Por la mañana apareció muerto en su cama a causa de un infarto. Pasaron sesenta años en los que el manuscrito siguió guardado en la polvorienta biblioteca del difunto noble, cuando un nieto de éste tiró la vieja casa heredada, para hacerse otra más moderna. Viendo que la biblioteca de su abuelo era una pieza muy valorada por otros, no por él, aceptó la oferta de un anticuario de Londres, que se la llevó integra.
Haciendo inventario de las piezas adquiridas, el anticuario descubrió el polvoriento manuscrito, que una vez leído le maravilló. Se puso en contacto con un editor de la ciudad y fue publicado bajo seudónimo adquiriendo gran fama en poco tiempo.
Hoy en día es una de las obras más valoradas de la literatura clásica.

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