6 de septiembre de 2011

¿UN HOLA ES LO MISMO QUE UN ADIÓS?


© María Montserrat Román
Era un pueblo, un pueblo oscuro, un pueblo oscuro y vacío. Vacío de gente y de seres vivos. Oscuro y sin apenas luz de las farolas por las calles. Unas calles estrechas y sin asfaltar. En definitiva, no parecía un pueblo, no parecían unas calles, no parecía estar habitado. Y en efecto era eso, era un pueblo deshabitado por causas desconocidas hace unos pocos y a la vez muchos años. Pero y ahora os preguntaréis el porqué os estoy describiendo un pueblo que a la vez no es un pueblo. Pues veréis yo vivo al lado de ese...como lo diría...pueblo no lo puedo decir, entonces diré: lugar deshabitado. Sí, ya lo sé suena un poco raro, pero de esta misma forma nos podremos entender todos a la vez. Vivo en otro pequeño pueblo cuyo nombre no mencionaré ya que creo que es innecesario para explicar mi historia. ¿Pero qué historia?-seguro que os estaréis preguntando. Pues una historia en la que estoy yo y también...Bueno en cuanto llegue el momento de contarla la contaré con todos y cada uno de los detalles pero mientras tanto...NO. Yo por mi parte quiero contaros esa historia, esa aventura de un momento a otro, pero por mala o buena suerte para todos, ambos tendremos que esperar, porque en esta vida la paciencia es fundamental para que todo salga bien. Bien, entonces prosigo, en el lugar deshabitado se oyen ruidos, muchos ruidos; algunos de animales, otros de personas que van allí para estar solas y relajadas, pero también hay ruidos muy curiosos o más que curiosos, anormales. Yo vivo, como he dicho antes, en el pueblo de al lado. Vivo junto con mis padres y en mi calle hay la mayoría de los pocos adolescentes que viven en el pueblo, como yo. La verdad es que yo creo que el lugar deshabitado es un infierno, o mejor dicho, me da miedo, mucho miedo. En cambio, por el contrario que yo, hay muchas otras personas a las que les encanta ir allí, se sienten relajados, se sienten mejor consigo mismos, andando por esas estrechas calles y contemplando esas antiguas y medio derruidas casas.
Entonces llegó el cumpleaños de mi vecina, que es amiga mía y de la misma edad que yo. A ella le encantan las aventuras, le encanta adentrarse en el bosque y por el contrario que a mí, le encanta ir al lugar deshabitado. Ella es muy atrevida y valiente y decidió ir a celebrar su cumpleaños en un campo situado justo al lado del lugar deshabitado haciendo un picnic con todos los pocos amigos que vivimos en nuestro pueblo. Ella me invitó y en cuanto me dijo dónde lo celebraba le dije que no iría y que no podía obligarme pero después vinieron todos los demás invitados y aún no sé porqué pero me convencieron y yo acepté la invitación.
Llegó el día, llegó el día de su cumpleaños y todos juntos nos fuimos hacia ese campo a hacer un picnic, pero yo seguía sin estar al 100% convencida de ir allí. Simplemente seguía a los demás, me puse a entablar conversación con alguno del grupo y tuvimos muchas risas y pasamos muy buen rato, al menos hasta el momento en que mi atrevida amiga se atrevió a decir las palabras: "¡Vayamos a dar una vuelta por aquel antiguo pueblo deshabitado!" En cuanto oí esas palabras el corazón se me puso a dar saltos, me puse muy nerviosa, se me puso la cara roja; pero tenía que ser valiente, porque si me paraba a pensarlo, tan sólo eran cuatro casas de las cuales solo quedan cuatro paredes y cuatro piedras en cada una de las paredes. Sabía que no pasaría nada pero a la vez sabía que pasaría algo, pero no sabía si sería bueno o malo, tan sólo sabía que algo es algo.
El lugar deshabitado estaba justo al lado, y como la juventud de mi pueblo no es que sea del todo educada, la mayoría se pusieron a dar gritos y a correr por los callejones de ese lugar. Daban gritos que resonaban con muchos ecos a través de las paredes de las antiguas casas. A mí, la verdad, no me va mucho lo de ir corriendo por ahí y por allí, y tal vez fue por eso que llegó un momento en el que perdí de vista a mis amigos y amigas y me quedé totalmente sola por esas estrechas calles. Los oía, escuchaba sus gritos y suspiros de tanto correr; quería ir con ellos pero también quería quedarme en el mismo lugar en el que estaba en ese mismo momento, sentía que pasaría algo, aunque no sabía lo que ni el porqué. Entonces giré la cabeza y miré por detrás de mí, y así fue como vi una de las muchas casas derruidas de ese lugar. Pero esa casa tenía algo, tenía algo familiar, algo que había visto u oído antes. Me decidí, fui valiente y entre a esos restos de esa linda y majestuosa casa. Miré por mi alrededor, miré y miré y volví a mirar y más tarde observé con más detenimiento todo lo que tenía alrededor y vi en el suelo escondido debajo de una piedra un papel que me llamó la atención. En ese papel había una fotografía en blanco y negro de una mujer. Miré la foto con detenimiento y en efecto, mis pensamientos no me fallaban, ese lugar me resultaba familiar porque aquella mujer era mi bisabuela, entonces estaba en la antigua casa de mi bisabuela. Me sentí emocionada, me sentí feliz, y por primera vez me sentí sin miedo en ese antiguo pueblo. Me di cuenta de que en ese lugar hubo mis antepasados, allí estuvo mi familia y también me di cuenta de que ese lugar era mi lugar para pensar y reflexionar. Salí de allí y me puse en la calle, volví a mirar atrás mientras sujetaba la imagen de mi bisabuela y vi otro papel volando por dentro de esa casa. Fui a por él, corrí si parar por cogerlo y al final lo conseguí. En ese papel había letras, unas letras que parecían estar escritas con una pluma estilográfica típica de antes. En el papel ponía: "En recuerdo de una gran mujer en el pueblo dónde te dije por primera vez un hola y por última vez un adiós".
Supongo que la persona que debió de dejar esa foto fue la misma que dejó ese papel y los puso juntos. ¿Pero quién fue? La respuesta es que no lo sé, pero lo que sí que sé es que la vida está llena de misterios como uno puede ser ese. También sé que ese pueblo es mi pueblo y que allí iré muchas más veces porque me siento totalmente realizada estando allí, con mi antigua familia. Y aunque mis amigos ya no estaban conmigo, y ya ni los oía, sabía que me quedaría allí por toda la tarde sola y que al llegar a casa les preguntaría a mis padres sobre mi bisabuela. Y por último lo que también me he dado cuenta finalmente es que siempre, según la forma de mirarlo, un hola puede ser lo mismo que un adiós...
María Montserrat Román Sastre 2011

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