© Diego Castro Sanchez
¡0h envidia, raíz de infinitos males y carcoma de virtudes!
Miguel de Cervantes Saavedra.
Se iban a casar a finales del verano.
Joao era un palurdo sin conocimiento y como tal se conducía. Sin embargo, Francisca "La pimientita" era una muchacha menuda y de aspecto frágil.
Corrían malos tiempos. La guerra había terminado tan sólo un año antes, y en el pueblo pasaban más hambre que un lagarto detrás de una pita.
Al portugués no le iban mal las cosas; no le costó demasiado reclutar un grupo de muchachos valentones, dispuestos a cruzar la raya fronteriza con su mochila de café a la espalda. Pagaba mal pero a tiempo, lo suficiente para ahuyentar el hambre a base de algarrobas y altramuces secos.
"Conmigo no te va a faltar de nada"; le había dicho meses atrás junto a la ribera del pantano. Las parejas de novios solían ir allí a festejar y darse el lote lejos de miradas indiscretas. De éste modo más de una se había convertido en comidilla de cotillas y chismosas.