17 de junio de 2011

EL MILAGRO


© Leoncio López Álvarez


Las convicciones religiosas de Damián estaban fuera de toda duda, y dentro de la larga lista de santos a los que estaba obligado a venerar, era San Judas su preferido. Tenía una fe inquebrantable en sus poderes y así se lo dijo a su mujer el mismo día que la conoció:
―Estarás de acuerdo conmigo en que el santo más milagrero es San Judas, ¿no?, porque si no, es absurdo que intentemos llegar más lejos.
Ana pensó que se trataba de una ocurrencia de Damián para ligar, valoró profundamente el extraño sentido del humor y decidió acostarse con él inmediatamente. Algo más tarde, nueve meses para ser exactos, se casaron en la Parroquia de San Judas Tadeo.
Los padres de Ana no tragaban a Damián (más bien le hubieran asesinado nada más enterarse de su existencia), tampoco eran muy amigos de San Judas, preferían los matrimonios civiles en caso de que fueran estrictamente necesarios, y a pesar de lo todo, el santo obró su prodigio y el día de la boda fue un día feliz para todos.
Hasta la madre de Ana bailó un vals, primero, y más tarde un tango arrastrado, con su nuevo yerno ante la mirada divertida del padre que seguía rellenando la copa de orujo de su mujer. La contemplación de aquella escena familiar tan rebosante de felicidad fue un hecho decisivo en la conversión de Ana que pasó de una indiferencia total hacia la religión, a ser devota de San Judas, convencida de que efectivamente el santo obraba milagros y que bien se merecía su apodo de el patrón de los imposibles. A partir de ese momento vivió junto a su marido una existencia anodina y sin sobresaltos, pero muy feliz.
Sin embargo, Damián no lo era en absoluto. Trabajaba como un burro, sufría los ardores de una úlcera de estómago desde que se casó y en general, no hacía nada que le divirtiera. Toda la felicidad que emanaba de él era fingida. Su vida era un auténtico fracaso, un martirio cruel, y sin embargo cada día que pasaba, más le quería Ana. Él toleraba esa extraña situación como ofrenda a San Judas, pues pensaba que era el milagro que el santo había concedido a su mujer como premio a su devoción, aunque él no participara del premio. Alguna compensación tendré en la otra vida, pensaba Damián poniendo expresión de estar pensando una tontería. Pero de tontería nada, pues efectivamente cuando murió de una hemorragia de estómago, se fue derechito al cielo por mediación de San Judas. Su muerte le cambió por completo la vida. La tierra para él fue un auténtico infierno y el cielo...,pues el cielo era eso, el cielo, incluso mucho mejor de lo que él se había imaginado. Allí era plenamente feliz, rodeado de personas igual de felices, sin trabajar, haciendo sólo aquello que le divertía... todo era mucho mejor de lo que él había imaginado, se lo estaba pasando en grande.
Mientras tanto, en la tierra Ana sufría muchísimo la pérdida de su marido. Entonces rogó, lloró y suplicó a su santo favorito, San Judas, el Patrón de los imposibles, para que volviera a la vida su marido, que en realidad sólo llevaba muerto unas horas. San Judas después de pensárselo un rato y dado que Ana le caía francamente bien, le concedió su deseo. Damián de repente se vio arrancado de una nube en la que se encontraba a punto de entablar conversaciones prometedoras con una espectacular belleza, y apareció completamente entubado en una cama de la Seguridad Social.
A los pocos días se recuperó lo suficiente para recibir el alta y volvió a hacer su vida normal, trabajando como un animal, frustrándose y pensando que su vida era una mierda descomunal. Ana estaba radiante de felicidad y no paraba de repetir lo mucho que debía a San Judas y lo contenta que estaba por el milagro.
―¿Qué milagro? ―preguntó su marido un día en que el dolor de estómago volvía a atenazarle las entrañas hasta el punto de que apenas le dejaba respirar.
―Pues el milagro de que estés vivo, tonto ―contestó Ana haciendo un mohín―, ¿no sabías que los médicos te habían dado por muerto?
Damián que pensaba que su estancia en el cielo había sido un sueño producto de la morfina, recibió la noticia del milagro con un entusiasmo muy distante del que hubiera imaginado su mujer, y no digamos San Judas que desde Arriba contemplaba la escena un tanto confuso por la reacción de uno de sus mayores devotos. En esta ocasión el Patrón de los imposibles no pudo evitar que Damián, poseído por una ira que nunca había tenido, se lanzara sobre su mujer enarbolando el rodillo de hacer la masa de las empanadillas con la clara intención de hacérselo tragar. Ana, presa del pánico reculó hasta llegar a la pequeña terraza de la cocina, que por cierto, tenía la barandilla excesivamente baja. Damián tuvo que tirarse al vacío para seguir a su mujer. Ana se salvó pues los tendales de la ropa la frenaron la caída, aunque todo el mundo coincide en que fue un auténtico milagro que no le pasara absolutamente nada. Ni un rasguño.
Damián, su marido, se fracturó el cráneo, también el cuello y por supuesto no sobrevivió. O sí, según se mire, porque fue directo al infierno donde cumple la máxima pena por intento de asesinato. Para toda la eternidad, por cierto.
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