17 de junio de 2011

EL MILAGRO


© Leoncio López Álvarez


Las convicciones religiosas de Damián estaban fuera de toda duda, y dentro de la larga lista de santos a los que estaba obligado a venerar, era San Judas su preferido. Tenía una fe inquebrantable en sus poderes y así se lo dijo a su mujer el mismo día que la conoció:
―Estarás de acuerdo conmigo en que el santo más milagrero es San Judas, ¿no?, porque si no, es absurdo que intentemos llegar más lejos.
Ana pensó que se trataba de una ocurrencia de Damián para ligar, valoró profundamente el extraño sentido del humor y decidió acostarse con él inmediatamente. Algo más tarde, nueve meses para ser exactos, se casaron en la Parroquia de San Judas Tadeo.
Los padres de Ana no tragaban a Damián (más bien le hubieran asesinado nada más enterarse de su existencia), tampoco eran muy amigos de San Judas, preferían los matrimonios civiles en caso de que fueran estrictamente necesarios, y a pesar de lo todo, el santo obró su prodigio y el día de la boda fue un día feliz para todos.

13 de junio de 2011

ALCANZANDO LAS ESTRELLAS


© Claudio Reyes Durán
―¿En qué piensas? ―preguntó Catalina a su amigo, al tiempo que se sentaba cerca de él.
―Me preguntaba si algún día podré alcanzar aquella estrella ―dijo señalando la más brillante del cielo nocturno. Catalina miró incrédula.
―Estoy segura de que nadie ha podido, ni podrá alcanzar esa estrella; ninguna en realidad ―dijo con una sonrisita entredientes―. Además, nos reduciríamos a cenizas en un instante de llegar cerca de ellas―agregó con cierto aire de superioridad.
Cristopher mantenía su mirada en dirección al lucero que continuaba embrujándolo. Por momentos incluso, había olvidado que se encontraba sentado en una roca frente al mar. Las olas rompían con sutileza bajo sus pies, y aquella estrella, parecía sonreírle al muchacho.

ELLA


© Claudio Reyes Durán
Ayer creo que la vi; iba ella caminando por un enorme prado, sus largos rizos se mezclaban con el color de los rayos del sol. Intenté seguirla con la mirada pero era tan hiperactiva que no podía apreciarla. Pronto comprendí que sus movimientos seguían un patrón metódico; una melodía creada por el silbido del viento y el suave murmullo de cada una de las hojas de los árboles. Recuerdo que traté de aproximarme, pero ella se alejaba. Quise hablarle pero mis palabras se reducían sólo a un incómodo balbuceo. Ella reía ¡DIOS! Aquella sonrisa me cegó con la luz que irradiaba. Cuando mi vista empezó aclarar, ya no estaba ella, se había marchado, pero ¿en qué momento? ... Ahora el paisaje lucía diferente, el cielo se tornó negro, los árboles perdían sus hojas y el viento susurraba palabras de lamento. La verdad, jamás las entendí pero sabía que era un tono triste; melancólico como la agonía que cargaba minutos antes y que hasta ahora había pasado desapercibido...