© Leoncio López Álvarez
Las convicciones religiosas de Damián estaban fuera de toda duda, y dentro de la larga lista de santos a los que estaba obligado a venerar, era San Judas su preferido. Tenía una fe inquebrantable en sus poderes y así se lo dijo a su mujer el mismo día que la conoció:
―Estarás de acuerdo conmigo en que el santo más milagrero es San Judas, ¿no?, porque si no, es absurdo que intentemos llegar más lejos.
Ana pensó que se trataba de una ocurrencia de Damián para ligar, valoró profundamente el extraño sentido del humor y decidió acostarse con él inmediatamente. Algo más tarde, nueve meses para ser exactos, se casaron en la Parroquia de San Judas Tadeo.
Los padres de Ana no tragaban a Damián (más bien le hubieran asesinado nada más enterarse de su existencia), tampoco eran muy amigos de San Judas, preferían los matrimonios civiles en caso de que fueran estrictamente necesarios, y a pesar de lo todo, el santo obró su prodigio y el día de la boda fue un día feliz para todos.