16 de marzo de 2011

ALGO SUCEDIÓ EN LA BIBLIOTECA


© Oscura Forastera  (seudónimo)
     Ocurrió uno de esos días, en los que la biblioteca está algo vacía. Un día en el que la gente, decide quedarse en casa. 
     Entré como tantos días, saludé a la bibliotecaria y puse mi nombre en el registro de entrada. Me acerqué la sala, donde están los libros que nadie lee, libros de autores pasados, libros que lloran la ausencia de unas manos que los hojeé, extrañando no ser leídos por mentes ávidas de conocimiento. 
    Aunque parezca raro, esa tarde me senté cerca de ese pasillo. Tenía en mis manos un libro de los que yo llamo "olvidados". Ensimismada con Edgar Allan Poe y la leyenda del Gato Negro. Sentí un leve rumor que me hizo girar la cabeza. Miré hacia el pasillo, pero allí no había nadie. No le di más importancia y continué con la lectura.
    He de confesar que Poe me gusta mucho y se me pasan las horas leyendo sus relatos. Así, pasaba la tarde, minuto tras minuto, página tras página. De cuando en cuando, levantaba la vista y veía a la gente que iba yéndose de la biblioteca; ésta cerraba sus puertas a las ocho de la tarde. Miré mí reloj, eran las seis y media, aún me quedaban casi dos horas por delante para seguir disfrutando de la lectura.
    Terminé de leer el libro y fui, como de costumbre, a colocarlo donde estaba. Fue cuando volví a escuchar ese rumor: «..es el amor que pasa...». Me quedé parada, esa frase la conocía, era de unos de las rimas de Bécquer, pero el rumor seguía: «...hace mucho que vivía un hidalgo...»Don Quijote— me dije. Ande hasta donde el rumor era más audible, seguía escuchando frases conocidas para mí, frases de diferentes autores que había leído. Según me acercaba al final del pasillo, el cual no parecía acabar, vi una puerta entornada, llamé pero nadie respondió. La puerta se abrió un poco más, decidida a saber que había en esa habitación, entré. «¿Dónde esta tu educación?» —me dije a mí misma. Estaba siendo indiscreta, o más bien osada.
    La puerta se cerró, me quedé sorprendida de pie al lado de la puerta, mí sorpresa no fue que ésta se cerrara, sino que aquella habitación tenía estanterías hasta el techo, que por cierto era bastante alto, éstas, estaban llenas, colmadas de libros.
    Me acerqué a una de ellas, pude apreciar que varios libros, estaban encuadernados en cuero viejo y sus títulos grabados en letras de oro. Cogí uno, el primero que tenía a mano: Rimas y Leyendas, leí, acaricié la primera página. Sentí emoción al hacerlo, era como leer por primera vez aquel verso «... y estas páginas son de éste himno cadencia que el aire dilata en las sombras...»Levante la vista de aquel verso y cerré el libro, volví a dejarlo en la estantería. Dos estantes más arriba, vi uno que sobresalía, curiosa lo cogí. Estaba encuadernado en piel roja y las letras en plata, leí el título: Antología poética, Alfonsina Storni. Apreté el libro contra mí pecho, cerré los ojos y recordé «... Mariposa triste, leona cruel. Di luces y sombra todo a una vez. Cuando fui leona nunca recordé, como pude un día mariposa ser...» Aquel poema hizo que la emoción se convirtiera en ligeras lágrimas.
    Con el libro aún pegado a mí pecho, miré el resto de los estantes, seguí leyendo: Veinte poemas de amor y una canción desespera. ¡Ah! mi dulce Neruda «... Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy...» recordé.
    Allí había libros de tantos autores... pensé en hacer algo, la gente debía saber que estaban allí, muchos apreciarían primeras ediciones de libros antiguos, de escritores conocidos y otros no tanto. Como siempre llevo mi bolígrafo en la mano, decidí apuntarme los que más me llamaran la atención, libros que no había visto en la biblioteca, necesitaba un papel donde escribir, me giré y cual fue mi sorpresa, allí sentados, alrededor de una mesa alargada, estaban casi todos los autores de los libros que allí había.
    Parpadeé varias veces, no podía creerlo. «¿Cómo no los había visto antes? ¿Tan ensimismada me había quedado ante tanta riqueza encuadernada?»
    Me acerqué a la mesa.
    —Buenas tardes —saludé titubeante.
   Todos, alzaron la mirada de los libros que estaban leyendo. Los rostros de aquellos escritores me miraban sorprendidos, seguro que ellos, lo estaban más que yo. Sonreí al reconocer a muchos; todos se levantaron y asintieron con la cabeza a modo de saludo. Pero yo fui más efusiva y envuelta en la emoción abracé a Alfonsina, besé la mejilla de Poe, pues eran los que más cerca tenía, éste cogió una silla y me ofreció sentarme a la mesa entre, Alfonsina y Bécquer. Después de agradecérselo me senté. Entonces Bécquer me preguntó:
    —¿Cuál es vuestro nombre?
    —María —respondí.
    —Bienvenida seas a este lugar de lectura —añadió Alfonsina.
    —Gracias —dije algo tímida.
    Miré los libros que en sus manos tenían, cual fue mi sorpresa al ver que leían libros actuales, de escritores aún vivos. Sonreí ante la mirada atenta de Poe, en las páginas de Crepúsculo de Stephanie Meyer, mientras acariciaba a su gato negro. Neruda sonreía mientras leía El beso del Highlander de Karen Marie Moning. Julio Verne, leía Forastera de Diana Gabaldón... Francisco de Rojas, comentaba algo a Quevedo, el cual estaba leyendo El Capitán Alatriste de Arturo Pérez Reverte... Leonardo Da Vinci, tenía los ojos como platos ante un libro de medicina, Cirugía con laser.
    Me levanté de la silla, llamando la atención de todos ellos. Sus miradas interrogantes me hicieron darles una respuesta.
    —Lo que ven mis ojos ahora mismo, deberían saberlo todas las personas que vienen a la biblioteca, pero si lo cuento... me temo que me tomarán por loca —sonreí—. Ahora sé, porque hay varios libros, que la encargada de la biblioteca me comentó que no encontraba.
    —¿Tú crees, que si supieran de la existencia de estos tomos, la gente los leería? —preguntó Federico García Lorca.
    —Sí, estoy segura —respondí.
    —Entonces, debemos dejar que esta habitación se conozca —resolvió Poe.
    —¡No! —exclamé— Ustedes desaparecerían, y a mí me gustaría compartir mis tardes lectura con vosotros.
    Todos aquellos libros no podían seguir en el olvido, ni escondidos, pero allí había muchos tomos y la mayoría primeras ediciones. Algunos necesitaban restauración.
    Después de pensar una solución y de aportar cada uno una opinión. Se decidió lo siguiente:
    Como eran muchos los tomos y demasiado trabajo para la bibliotecaria, la cual no tenía ayudante y hacía todo el trajo ella sola, ellos decidieron dejar los libros de manera que, pareciese que siempre habían estado allí.
    Miré mi reloj, eran casi las ocho de la tarde. Les dije que tenía que marcharme ya que se cerraba la biblioteca. Alfonsina me preguntó, como podían dejar los libros que ellos habían cogido para leer y coger otros diferentes sin ocasionar problemas. Le dije que anotando su nombre en la hoja de registro. Después reí, claro, «¿Cómo se me ocurrió pensar eso?» Me despedí de todos ellos hasta el lunes, ya que era viernes y la biblioteca cerraba los fines de semana.
    El lunes cuando entré por la puerta de la biblioteca, la encargada me abordó, su cara era toda sorpresa y entusiasmo.
    —¡Algo sucedió en la biblioteca! —exclamó
    Yo también quedé sorprendida cuando vi lo ocurrido.
    Encima de las mesas había montones de libros, de todos los autores y muchos más que yo había visto en aquella habitación. Los libros estaban catalogados, registrados, numerados, etc. Bueno, habían hecho todo el trabajo que conlleva, el poder poner un libro en las estanterías de una biblioteca, el cual muy pocas personas aprecian y que sólo un profesional sabe hacer.
    La sorpresa aún no había terminado, pues en la hoja de registro de visitas, estaban escritos con pluma y tinta, los nombres de todos los autores que allí habían dejado sus escritos. Para la bibliotecaria era un milagro, para mí era saber que aquello no lo había soñado.
    Unas semanas después las firmas fueron autentificadas.
    La bibliotecaria, enmarcó aquellas hojas y colgó el cuadro en la entrada de la biblioteca.
   «SOCIOS DE HONOR DE LA BIBLIOTECA»
    Muchos medios de comunicación dieron la noticia. Debo decir, sólo por el gran honor que implica y que no sé como ocurrió, mí nombre figuraba entre Gustavo y Alfonsina. Con éstos y con todos los demás, sigo compartiendo mis tardes de lectura, tanto de libros antiguos, como de los más modernos. Gozando de la literatura y de mí pasión. LEER Y ESCRIBIR.
    Pasado un tiempo le conté todo esto a la bibliotecaria. Ésta me dijo que lo escribiera y lo compartiera con todo el mundo, pues le parecía un sueño muy bonito.
    —¿Un sueño? —le dije.
    —¿Y no lo fue? —me miró sorprendida.
    Y como podéis suponer, la lleve conmigo a aquella habitación. Tengo que decir que sólo la ven las personas que realmente aman los libros. Fue cuando se convenció.
    Pero creo que aún piensa que es un bonito sueño.
.
    Haciendo caso de su consejo, a todos ustedes se lo cuento. Con todos ustedes lo comparto.
    Gracias por leerlo.
.
.
Todos los derechos reservados. Queda prohibida, según las leyes establecidas en esta materia, la reproducción total o parcial de este relato, en cualquiera de sus formas, gráfica o audiovisual, sin el permiso previo y por escrito de los propietarios del copyright.

No hay comentarios:

Publicar un comentario