16 de marzo de 2011

BUM, BUM...


© Erty McManaman (Seudónimo)
   Bum bum... Imaginad que elimináramos todo ese ruido que emite la ciudad cuando pasa por esta calle céntrica y se detiene en el número 23. Bum bum... esto es lo que escucharíamos. Si nos detuviésemos justo delante y nos diese por alzar la vista, veríamos quizás el edificio más grisáceo a 500 metros a la redonda. Tan sólo tres plantas, con dos viviendas en cada una. Grandes ventanales, sin terrazas, sin ascensor. Seis núcleos familiares dejando su vida ahí dentro... cinco, pues en el 3º A no vive nadie desde que aquel militar retirado se encontró con la muerte justo aquella semana que su hijo no le visitó. El agrio olor de la muerte llamó a las puertas colindantes anunciando su eterno descanso.
Bum bum... corazones que laten con mayor o menor intensidad. Rosario, la viuda de negro de piel no blanca... blanquísima. Dedica dos horas al día a no ver la televisión, dos a no pensar, una a no comer, ocho a no dormir y nueve a no vivir. Las dos horas restantes las pasa no mirando... introduciéndose en la foto de su marido Leonel. Su corazón late pausado, por un puro y lógico y funcional mecanismo.

ALGO SUCEDIÓ EN LA BIBLIOTECA


© Oscura Forastera  (seudónimo)
     Ocurrió uno de esos días, en los que la biblioteca está algo vacía. Un día en el que la gente, decide quedarse en casa. 
     Entré como tantos días, saludé a la bibliotecaria y puse mi nombre en el registro de entrada. Me acerqué la sala, donde están los libros que nadie lee, libros de autores pasados, libros que lloran la ausencia de unas manos que los hojeé, extrañando no ser leídos por mentes ávidas de conocimiento. 
    Aunque parezca raro, esa tarde me senté cerca de ese pasillo. Tenía en mis manos un libro de los que yo llamo "olvidados". Ensimismada con Edgar Allan Poe y la leyenda del Gato Negro. Sentí un leve rumor que me hizo girar la cabeza. Miré hacia el pasillo, pero allí no había nadie. No le di más importancia y continué con la lectura.
    He de confesar que Poe me gusta mucho y se me pasan las horas leyendo sus relatos. Así, pasaba la tarde, minuto tras minuto, página tras página. De cuando en cuando, levantaba la vista y veía a la gente que iba yéndose de la biblioteca; ésta cerraba sus puertas a las ocho de la tarde. Miré mí reloj, eran las seis y media, aún me quedaban casi dos horas por delante para seguir disfrutando de la lectura.

13 de marzo de 2011

LA BALADA DE DUIR Y SU AMOR GALANTE


© Daniel Frini

    Mi amado me habla siempre con palabras suaves. Acostumbra describirme, dulcemente, alabando mi tersura al contacto de sus manos, mi perfil marcado, mi aroma "a majestuosidad de la madera del roble" como suele decir, y razón por la cual me llama Duir; que es la palabra con que los viejos druidas nombraban al Árbol. El dice que tengo su energía, su nobleza y su fuerza, y también dice que soy resistente, flexible y ágil como el acero de Mondragón, el mismo con el que hacen las espadas toledanas los tenaceros de las ferrerías de Soraluze y Tolosa.
    Con voz cansina, me cuenta de su pasado en las filas del ejército del Rey Carlos, cuando participó en el incendio a Medina del Campo, bajo las órdenes de Adriano de Utrecht; y las victorias sobre los comuneros en Tordesillas y Villalar; y de su intervención en las ejecuciones de Padilla, Maldonado y Bravo; de sus cabezas expuestas durante nueve días en el garavato de la Plaza Mayor; y cómo después el mismísimo Rey lo elevó al cargo que mi dulce caballero ocupa hoy.

NOTICIAS DE LA SAGRADA CIUDAD DE ELELÍN


© Daniel Frini 

Uno
     A la sombra de un árbol al que los nativos llaman úten, tan parecido al algarrobo que crece en los valles cercanos al mar Mediterráneo; está tendido el cordobés Francisco de César, capitán del reino de España por voluntad de Carlos Habsburgo, intentando reponerse de las fiebres que dejan las aguas de esta tierra extraña, mezcla de selva y desierto, imaginada por el diablo; y que tantos y tan buenos soldados se ha llevado.
    Hace apenas algo más de un año llegaron a esta parte de la América con la expedición de Sebastiano Caboto y construyeron, bajo su mando, el fuerte de Sancti Spiritu; en el lugar donde el río que el capitán general ha llamado Caracará desemboca en aquel otro que los nativos llaman Paraná.
    Cinco meses atrás, Francisco partió en expedición; y ahora está de regreso con menos de la mitad de los hombres que lo acompañaron, y lo reciben los dos torreones y las casas en ruinas, los almacenes saqueados y quemados, la empalizada caída y los bergantines desfondados y hundidos a medias, a poca distancia de las barrancas que zozobran en el río barroso. De los habitantes de la novísima colonia española han quedado sólo unas pobres osamentas, apenas cubiertas con restos podridos de ropa. Imposible saber de quiénes se trata. No hay noticias de los indios yañás que tanto ayudaron al nuevo poblado hasta hace unos meses.
En la ensoñación que deja el calor y la enfermedad, el capitán recuerda.

LAS PROFECÍAS EN EL ESPEJO


© Daniel Frini
 Entre Maitines y Laudes del dos de julio del Año del Señor de mil quinientos cuarenta y uno, Mosén Miquel bajó a las cavas de la Abadía de Nôtre-Dame d'Orval, cerca de la muy Cristiana Villa de Florenville, entre los bosques de Watinsart y Houdrée, en busca de una botella del licor fabricado por los monjes cistercienses, para llevárselo al Abad, a la Sala Capitular.
El hermano Miquel llevaba sólo una semana en el Monasterio, por lo que los pasadizos subterráneos le eran desconocidos; y a pesar de las indicaciones recibidas, la luz escasa de las candelas hizo que desviase su rumbo y llegase, sin querer, a las mazmorras, las mismas donde, casi cinco siglos antes, Pedro el Ermitaño incitara a Godofredo de Bouillon para marchar a Jerusalén, a la Primera Cruzada y donde, se dice, estuvo guardado el Grial.

9 de marzo de 2011

HÉRCULES, EL ROBLE


© Silvia Ochoa Ayensa
     Alfred se despertó aquella noche con el armónico y entusiasta latido de un corazón y no era el suyo, puso su mano derecha sobre su pecho para comprobarlo; aquel latido se insinuaba a través del frondoso bosque. Alfred se asomó a la ventana y vislumbró una inmensa luna llena que parecía bailar risueña gracias al tintineo de las estrellas, un espectáculo maravilloso se abría ante sus pupilas. Un búho se posó en el magnolio de enormes piñas  que tenía el joven frente a la ventana de su habitación, y pudo ver sus ojos brillantes, parecían encerrar sabiduría en ellos.  Alfred se frotó los ojos, y se pellizcó en los mofletes dejándoselos sonrojados, pero no era un sueño aquello que se dibujaba ante su ventana. Días antes Alfred estaba apático, triste, inapetente, enojado, cargado de rabia... sus padres habían fallecido en un terrible accidente de avión cuando iban a una reunión de negocios y sus abuelos quedaron a su cargo, no contaba con más familia. Sus abuelos vivían en una casita en la sierra de Madrid, el abuelo siempre le había contado fantásticas historias sobre aquel lugar cuando era más chico e iban a visitarlo a la ciudad, historias que le fascinaban. Adoraba a sus abuelos, pero aquella terrible circunstancia lo dejó abatido y ya ni siquiera escuchaba a su abuelo, se encerraba en su habitación y se dejaba caer en la cama, embelesado con el techo y en el silencio más sepulcral. Pero aquella noche tuvo la necesidad de salir de su habitación y adentrarse en aquel bosque que había dejado a sus pupilas hipnotizadas. Se armó de valor y encaró las escaleras de la segunda planta dónde se encontraba su habitación hasta llegar a la puerta, tomó el pomo con su mano derecha y lo abrió. Frente a él miles de árboles (magnolios, cipreses, tilos, robles, gingos...), muchos de ellos centenarios parecían salir a su encuentro, la luna iluminó un sendero, estaba seguro de que quería que lo siguiera y así lo hizo. No se había dado cuenta, pero había salido descalzo y en pijama, por un momento sintió frío y comenzó a temblar, pero no quería volver sus pasos hacia atrás, la hojarasca parecía protegerle algo los pies. Sin darse cuenta llegó hasta un claro en el bosque, en el centro mismo se hallaba un árbol, un señorial roble, que  parecía tocar aquel azabache cielo cargado de estrellas. De pronto aquel latido que había escuchado desde casa se acentuó y resonó sobre sus sienes: pum- pum-, pum- pum,- pum-pum..., cada vez que se acercaba más al roble más lo escuchaba. «No es posible, los árboles no tienen corazón», musitó para sí. Pero aquel latido se había adentrado hasta el propio corazón de Alfred contagiándolo, parecía un hermoso hermanamiento, como si se reconocieran. El joven optó por acercarse más y poner su oreja derecha en la corteza del árbol, aquello parecía una locura, pero tenía que hacerlo. Y de pronto ...pum-pum-pum, pum..., aquel árbol tenía corazón sin ninguna duda. Estaba fascinado, emocionado, en ese instante lleno de vida. Su rabia y su dolor habían desaparecido sin más.

8 de marzo de 2011

SILENCIO


© Susana Arroyo-Furphy
     Lars y yo nos fuimos a vivir a las afueras de Uppsala, lugar que vio nacer a Bergman. Queríamos evitar la vida de la ciudad, así que decidimos establecer nuestro hogar alejado de cualquier barrio, en una bella colina aislada y secreta, bien orientada.
    Debido al trabajo de mi esposo, quien ha sido miniaturista toda su vida, protegimos las ventanas con triple vidrio. En Suecia suele construirse con doble ventana debido al gélido clima.
    El pulso de Lars era —y debía ser— en extremo, preciso. Así que evitaba las corrientes de aire, el alcohol o café en exceso, las grasas, los edulcorantes, la carne y los almidones. Nuestra dieta se basaba en pescado fresco, verduras, aves y fruta. Una vez por semana, los jueves, me dedicaba a hornear el pan procurando dejar el "pepparkakor" al final y suficiente "limpa" (pan de centeno) para todos los días.

7 de marzo de 2011

EL ÚLTIMO BESO


(Cuento romántico de conquistadores)
© Antonio Medina Guevara
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     Isabel era la flor más bella de todo el imperio incaico.
    La habían bautizado con ese nombre, en honor a la que fue reina del Nuevo Imperio: Isabel de Castilla; aunque sin olvidar el suyo propio de Huiracocha; princesa destronada por la que suspiraban a la par, incas y españoles y por la que corría al igual por sus venas, sangre mezcla de inca y español.
    Huiracocha —que en quechua significa espuma de mar—, era el nombre, que le había dado su padre al nacer, y contemplar como su cuerpo era tan delicado como una suave ola blanca.
    Nadie dudaba, al verla y al sentirla, que el Dios del Sol la alumbraba con su calidez hasta en las noches más negras...
 .
    Era, como un blanco lirio perfumado con el aroma de los campos, que el sentimiento del amor hacía vibrar. Alimentaba a la belleza con su presencia, como la lluvia lo hace a la sabia, o las estrellas a la noche..., y los sonidos que exhalaba, eran tiernos como el quejido de la alondra.

DE AMANTES


© Diego Castro

Si alguien en la ciudad de Roma
Ignora el arte de amar,
Lea mis páginas, y ame instruido por mis versos...
Publio Ovidio (El arte de amar)
    Cuando mis pies pisaron por primera vez el magnífico escenario del anfiteatro, mi preceptor Arelio Fusco, afirmó:
    —Roma, la puta que te hará llegar al clímax para después abandonarte hecho jirones a orillas del Tiber. No lo olvides nunca Ovidio: jamás ames a una ramera.

EL PRISIONERO WUN Y EL MAR


EL PRISIONERO WUN Y EL MAR
© Diego Castro
     Aquella noche, al filo de la madrugada, Wun soñó que salía de la celda en la que llevaba recluido más de un año. Dejando atrás la oscuridad caminó por un bello jardín. La luna nueva se intuía bajo las copas de los cerezos en flor, a retazos, como pinceladas abstractas que desafinaran en mitad de un lienzo. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. Wun accedió de buena gana; el suplicante afirmó que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes del amanecer, los hombres del emperador le cortarían la cabeza. Wun, en sueños, juró protegerlo. 
     Se ha hecho de día y el prisionero Wun tiene los ojos muy abiertos, clavados en algún punto entre el techo y la pequeña apertura que, a modo aspillera, desvela una ínfima esquina de la nítida mañana.

PENSAMIENTOS


PENSAMIENTOS
© Juan Manuel Álvarez Romero

Mientras, la ciudad se torna transparente y en el suelo se reflejan aún los destellos de las farolas y neones publicitarios.
De camino a casa voy dando tropezones cada dos por tres...no se me dio bien la noche.
El alba quiere ser vista, pero unas nubes negras no la dejan mostrar su paleta de pintor...
Eso cuando miro hacia adelante, pero no miro al frente, no tengo valor.