28 de febrero de 2011

LOS DOS SOLOS


Los dos solos
© Teresa Hernández
Apenas despegamos los labios durante el trayecto. Habíamos mantenido los ojos fijos en el asfalto, cada uno sumido en su propio tumulto interior, convirtiendo el ritmo de Springsteen elegido por la emisora de radio en nuestra banda sonora particular. Le miré de soslayo cuando cambié de marcha. Llevaba varios días sin afeitar, y con la barba incipiente parecía mayor. Quise ver en ese gesto suyo un intento de agradarme, de igualar nuestras edades.
—¿Todo Bien?
—Todo bien.
Nuestro equipaje no era ligero. Los dos cargábamos con mochilas repletas de pesados compromisos. Sabíamos lo mucho que podíamos perder y la dudosa recompensa que recibiríamos a cambio. Hubiera sido muy fácil dar un volantazo y dejarlo estar, regresar a nuestro hábitat natural. Pero yo no giré ni él me lo pidió. Su respiración profunda me incitaba a pisar a fondo el acelerador. Nos lo debíamos; ambos lo deseábamos.

6 de febrero de 2011

ARENA FRÍA


© Javier Garrit Hernández

    «Pues cae la noche y ya se van nuestras miserias a dormir...», dice una de las canciones de Joan Manuel Serrat, y así era en Vinaròs cuando llegaba la noche de Sant Joan; pero en todas las reglas hay, como siempre ha habido y siempre habrá, excepciones; aquel era el caso de Eduardo, quien sentado en la arena de la playa, pasaba las horas con nostalgia, mirando, con los ojos cristalinos, la linea del mar con el cielo estrellado. Llevaba allí sentado más de dos horas. Había visto los fuegos artificiales, aunque no les había prestado una  pronunciada atención. Oía, aunque no escuchaba, la música de un grupo local que hacía versiones de grupos modernos; algunas de aquellas canciones eran grotescas imitaciones de las originales, los instrumentos sonaban desafinados y la voz de la cantante tenía tan alto el nivel que sonaba distorsionada, por lo que era inaudible el contenido de las letras.
    Eduardo, que contaba con treinta y dos años, no hubiera salido de casa de no ser por sus amigos, los cuales no dejaron de intentar convencerlo hasta que él accedió. Habían estado en uno de los pubs; allí habían conocido a unas chicas con las que habían estado hablando, una de ellas había mostrado cierto interés por él. Se habían apartado disimuladamente del grupo de amigos y estuvieron hablando un buen rato. Habían congeniado a la perfección. De pronto Eduardo se fue.